La semana pasada escribí acerca de una paz que se resquebrajaba como un espejo, dejando a la intemperie lo que había detrás. Ahora parece una premoción. Resulta que el viernes noche rompen como con una navaja el vientre de la gran ciudad europea, bohemia y chic, donde anidan gentes de teatro como los amigos del Panthêátre, que esa noche, la de las bombas y las kalashnikovs disparando a discreción, decidieron quedarse en casa.
Parece el sueño de alguien con muy mal gusto o, más bien, el paradigma de los puntos de partida de los cómics: un escenario mundial a merced de la más diabólica de las organizaciones internacionales que aterroriza a los gobiernos del buen mundo y a sus inocentes gentes de paz. Hasta aquí la coincidencia es total ¿Verdad? Sólo hay un pequeñísimo problema: Esto es la vida real y no Marvel.
¿Nos hemos parado a pensar qué estamos haciendo nosotros a través de nuestros gobiernos en aquellos países lejanos de los que tan sólo nos llegan niñitos ahogados? ¿Dónde se fabricaron las armas con las que masacraron? Esta y mil cuestiones más han inundado las redes sociales. Una de las consignas que más se comparten en Facebook desde hace 48 horas es: «Los refugiados a los que condenáis huyen de los mismos que han provocado lo de París» Los perfiles de las personas de esa misma red social se empiezan a teñir con la bandera de Francia en un goteo sin final. «Cuidado con lo que hacéis con vuestra foto de perfil, advertía al instante un nuevo artículo de red social que también se ha compartido mucho desde que empezó a pulular.
Beirut, Paris, Kenia; Madrid, Nueva York, Siria. Tengo el corazón encogido y el alma en un puño. La columna de hoy no tenía que ir de esto. Tenía que ir de la última peli del National Geographic con General Electrics. Iba a dar miedo. Iba a hablar del peligro de que las creaciones artísticas, los festivales de teatro o las universidades sean financiadas por empresas privadas y multinacionales, porque pueden dictar al artista qué contar y cómo contarlo, porque pueden utilizar los medios de expresión ética y estética para lavarse la cara mientras siguen fabricando mierda en la otra punta del mundo.
Esa otra parte del mundo en la que no se estrenan las películas que co-financian las grandes eléctricas. Esa otra parte del mundo que era la única en las que se bajaban a la gente a discreción, esa otra parte del mundo que estaba tan alejada de nuestras hermosas ciudades europeas en las que no pasaban esas cosas. ¿O si? Iba a dar miedo la columna digo. Pero lo de París da más miedo aún. Porque, aunque los crímenes de guante blanco son pérfidos de cojones, lo del ataque directo a sangre fría es más chungo aún. Es puro terror en los ojos: nos van a matar a todos. Cuando menos te lo esperes, cuando más tranquilo estés. En un mercado, en tu casa, o un viernes noche cualquiera al amparo de una la gran ciudad.